Es sábado por la mañana y afuera hace un día precioso. Por la ventana entra una suave brisa fresca y el ambiente de verano pasa frente a mis ojos. A mí me encanta viajar, es una de las cosas que más me hacen feliz y que quiero seguir haciendo. No solo a tierras lejanas, sino también en mi ciudad.
Quiero seguir descubriendo lugares, asombrarme al cruzar la calle y seguir aprendiendo. Hay mucha paz debajo de la sombra de un Corotú y mucha belleza en cada atardecer como para quedarme sentada dentro de cuatro paredes.
Se dice que con los libros y el acceso al Internet podemos viajar muy lejos pero nada como salir a explorar en carne propia, aunque sea a unas cuadras de casa, para realmente admirar la grandeza del universo y crear nuevos recuerdos que nos acompañarán durante los días nublados.
Extraño el olor de la tierra húmeda y el sabor a sal en la brisa. Extraño sentir la hierba en mis pies y la arena caliente entre mis dedos. Extraño sentarme en una cafetería con mis amigos a conversar de la inmortalidad del cangrejo y de sonreír tomando una cerveza en una terraza al caer el sol.
Y por qué no, de bailar hasta que duelan los pies al ritmo del antojo del DJ en turno. Esa es la libertad que extraño y la que tal vez todavía demore en recuperar.
Del pasado, presente y futuro
Antes pasaba mucho tiempo pensando en el próximo destino. La próxima aventura. Y es que al cabo de cada viaje o de una pequeña escapada de fin de semana, siempre regreso transformada, con energía y nuevas perspectivas. Ahora creo que paso más tiempo en el pasado pero disfrutando de un presente donde no caben muchos planes, solo la esperanza y la gratitud.
Con casi un año dentro de un pequeño apartamento alejada del virus que detuvo al mundo, a la fuerza tocó poner pausa, tomar las cosas con calma y disfrutar incluso del silencio. Tocó guardar las maletas en el closet y reemplazar las zapatillas de trekking por pantuflas.
No todo ha sido malo. Creo que lo más importante y la mayor lección ha estado en el tiempo de calidad que he pasado con mi familia y en haber dejado de vivir en el futuro. Atesoro el pasado y disfruto del presente. Pero sobre todo, soy feliz con lo que tengo.
Mientras pasa la tormenta, es momento de valorar las pequeñas cosas y agradecer por las oportunidades que tuve, los bellos lugares que visité y las buenas buenas personas que conocí en el camino.
Una nueva forma de viajar
Con el mundo en casa y las vidas en pausa, regresamos a viajar a través de los libros y el Internet. A un click he visitado el Louvre y asistí a un concierto de opera con Andrea Bocelli en Milan. ¡Quién lo hubiera imaginado!
Por supuesto que no podré sacar la próxima foto de National Geographic pero puedo seguir conociendo lugares y aprendiendo de otros, aún con las maletas en el closet.
Espero pronto poder reactivar el GPS y salir en busca de una nueva aventura. Aún tengo una larga lista de lugares por visitar y este tiempo en casa solo ha incrementado los deseos de explorar, disfrutar de la naturaleza y coleccionar nuevos momentos.
Creo que será positivo porque llegó el momento de conocer aquellos museos, cafeterías y lugares cerca que pasaba pasaba de largo en el camino al trabajo.
Ya llegarán los días de sumergirme una vez más en las cálidas aguas de color turquesa en el Caribe o de sentir la brisa fría en el rostro sobre la cima de una montaña a más de 2,000 metros de altitud sobre el nivel del mar.
Sé que pronto regresaré a la ruta; con calma y sin prisa.
¿Y tú? ¿Cómo llevas los días en cuarentena?
Gracias por compartir. Me sentí identificada. Espero pronto regresar a viajar también
Hola Dani, gracias. Saludos